Pensamiento 41. Sobre consejeros y directivos, 12. Noveno
mandamiento. La retribución de cada uno de tus colaboradores será el reflejo
fiel de su particular aportación de valor a la empresa, primera parte.
Este mandamiento
está relacionado con el anterior. Lo expondré en dos pensamientos: en el
primero profundizaré en el concepto mismo de la retribución y en el segundo me
referiré a ciertos criterios universalmente -o casi- aceptados que no se tienen
de pie.
1º. Sobre el concepto. La retribución está en la esencia de la relación
laboral. Con frecuencia es la razón principal por la que las personas se
incorporan a la empresa.
Para que la empresa
sea sostenible y la persona se sienta debidamente tratada, debe haber una
correspondencia individual entre el valor aportado por cada trabajador y la
retribución percibida por él: ésta debe ser el reflejo de aquél. Esa correspondencia es la concreción, en el
contexto del intercambio de trabajo por dinero, de conceptos como justicia o
equidad, lo que en términos clásicos se conoce como justicia conmutativa, la
propia de los intercambios. Cualquier quebranto de la misma genera sensación de
injusticia, quejas y agravios comparativos, y acaba perjudicando a la empresa.
Y al empleado.
Lo que en principio
paga la empresa en la relación salarial no es el trabajo en sí, ni el esfuerzo necesario,
ni los conocimientos que posee el trabajador, sino lo que de valioso para ella
recibe de él: el valor que le aporta. Un brillante ingeniero haciendo
fotocopias aporta el valor de hacer fotocopias y por eso deberá ser pagado, no
por los estudios que posee o por lo que le ha costado formarse.
Es cierto que
existen conceptos y factores complementarios que deben tenerse en cuenta, como
la justicia distributiva y el valor que el mercado atribuye a los diferentes
puestos de trabajo, pero lo esencial, el criterio fundamental a la hora de pagar,
debe ser la correspondencia entre valor aportado y retribución percibida.
La responsabilidad
primordial de los empresarios, consejeros y directivos no es pagar mucho, o
poco, sino crear y gestionar empresas en las que cada empleado pueda hacer una
gran aportación de valor. Y que sus retribuciones sean acordes con ella. Ésa es
la excelencia en este mandamiento.
Hay una condición
previa para esta excelencia: un conocimiento fiable de cuál y cuánto es el
valor que cada individuo aporta a la empresa. Mientras esta cuestión no esté
resuelta satisfactoriamente -y no lo está en prácticamente ninguna empresa de
nuestro entorno- el intercambio de trabajo por dinero, punto clave de la
relación laboral, estará manco y el concepto de gestión pertenecerá al reino de
la fantasía. Ya en el mandamiento anterior apareció este punto como condición
para la excelencia en la gestión de la principal partida presupuestaria de la
mayoría de las empresas. Ahora vuelve a aparecer como esencial para que pueda
haber un mínimo de justicia en el intercambio individual de valor entre la
empresa y el empleado. A pesar de ello, la inmensa mayoría -o la práctica
totalidad- de los responsables parecen alérgicos a conocer y medir cuál es el
valor que cada persona aporta a la empresa y prefieren mantener el punto clave
de la relación laboral en el ámbito de lo difuso e impreciso, aferrándose a
criterios inconsistentes intelectualmente pero más cómodos para ellos.
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