miércoles, 22 de junio de 2016

Pensamiento 59 y último. Crónica de un fracaso, segunda parte.
Como decía en el Pensamiento anterior, cuando me lancé a este trabajo pretendía no quedarme en el ámbito de lo puramente conceptual, sino que aspiraba a contribuir a la transformación de la realidad social. Estoy muy lejos de conseguirlo y muy cerca de convertirme en un padre predicador. He fracasado.
Pero esto no pasa de ser una anécdota. Lo realmente preocupante es que el país sigue generando riqueza por debajo de lo que gasta y endeudándose; que nuestra productividad continúa perdiendo puntos; que la población se empobrece y las desigualdades son lacerantes; que nuestro recurso principal y más caro, el humano, es despilfarrado y ninguneado; que el respeto a la persona es un concepto ignorado y temido; que cobran cada vez más cuerpo opciones políticas con las que la decadencia y el caos económico están garantizados… En este contexto, inexorablemente se producirán cambios, que serán profundos y afectarán también al ámbito de la empresa. Su naturaleza dependerá de quién los lidere.
Los responsables “naturales” de liderarlos, desde la Universidad hasta los sindicatos, pasando por la política, la cultura, el periodismo, las organizaciones profesionales o las finanzas, optan por cerrar los ojos y seguir cómodamente instalados en la pereza intelectual, en el privilegio social y en el calor de su tribu. Cuestionar el statu quo -las ideas, el modelo de relaciones y los esquemas básicos de comportamiento sobre los que se asienta su poltrona- se les antoja una actividad de alto riesgo incompatible con su objetivo prioritario y nunca confesado: que nada perturbe su bien/estar en su zona de confort, ni sus privilegios, ni la imagen idealizada de su ego que, cual espejo de la bruja de Blancanieves, les refleja su particular pequeño entorno en el que se sienten importantes. Consecuencia: los cambios los liderarán otros y sufriremos todos.
Yo, consciente de la magnitud del desafío, he pretendido contribuir a que la empresa sea la máquina de crear riqueza que la sociedad necesita para levantar los ojos y salir del fango y la miseria del denominador en que sus dirigentes parecen refocilarse. Para ello he hecho lo que mejor sé: he propuesto a) conceptos nuevos y sólidos frente a los inconsistentes y arcaicos “universalmente acepados”, b) modelos de relación capaces de sacar lo mejor de las personas frente a los frustrantes y castradores hoy mayoritarios, y c) comportamientos capaces de generar un futuro basado en ambiciosos desafíos comunes. A ello he dedicado, durante estos tres años, mucho tiempo y esfuerzo con el libro, los Pensamientos y mis múltiples propuestas tan cargadas de esperanza como sistemáticamente ignoradas.
Desde el punto de vista dinerario, haber empleado más de dos mil horas en este propósito fallido -¿quijotesco?- ha sido una decisión errónea con un altísimo coste de oportunidad. A mí eso no me importa lo más mínimo, mis parámetros son muy otros: junto con el amor y la familia, lo que más me importa en la vida, muy por encima de cualquier otra cosa y desde luego mucho más que el dinero, es a) profundizar en la realidad social llegando hasta su esencia, b) descubrir sus causas profundas, y c) contribuir a cambiarla. He tenido éxito en “a” y en “b”, y he fracasado en “c”. Con lo cual “a” y “b” pasan a formar parte del reino de lo inútil.
Llegado a este punto, no sé cómo continuar en mi empeño de transformación de la realidad social, ni si tiene sentido persistir en él. Pero sí sé que he errado en la vía y que no es inteligente insistir en acciones que se muestran inadecuadas para lograr el objetivo que les da sentido.
Conclusión: estos Pensamientos y mis propuestas se han acabado. El padre predicador abandona el púlpito y deja de vocear en el desierto. Adiós.

P. s. Si, después de haber leído estos Pensamientos, tienes alguna sugerencia, no dudes en comunicármela: me harás feliz. Yo por mi parte estaré encantado de dialogar personalmente contigo si tú lo deseas y en la medida en que tú lo quieras. Y gracias por leerme.

viernes, 17 de junio de 2016

Pensamiento 58 y penúltimo. Crónica de un fracaso, primera parte.
Vivimos una época de cambios profundos. Son evidentes en la sociedad y en la política, y no pueden no producirse en la empresa. La sociedad se ha embarcado en un ritmo de bienestar tal y tan “irrenunciable” que, para mantenerlo, necesita una cantidad de riqueza muy superior a la que nuestras máquinas de crearla, las empresas, hoy, son capaces de producir. La alternativa es seguir revolcándonos en el fango de los recortes y en las miserias del denominador.
Para ser más creadoras de riqueza, es imperativo que las empresas cambien no sólo sus comportamientos, sino también -y sobre todo- sus cimientos conceptuales: los actuales corresponden a tiempos y contextos que no tienen nada que ver con los actuales, son intelectualmente inconsistentes, y se basan en la repetición acrítica de argumentos tan sólidos como: “porque lo dice todo el mundo”.
Tras cuatro décadas trabajando en la transformación de muchas organizaciones y después de haber escrito tres libros, a lo largo de los tres últimos años he dedicado bastante más de dos mil horas a reflexionar sobre lo aprendido acerca de los cambios necesarios para que las empresas lleguen a ser las creadoras de riqueza que necesita la sociedad y a sistematizarlo. Mi pretensión al hacerlo no ha sido quedarme en el ámbito de lo puramente conceptual, sino contribuir a la transformación de la realidad social. El “producto” visible ha sido triple: a) mi cuarto libro, La creación de riqueza en la empresa española, b) estos Pensamientos más allá del rebaño, y c) varias reflexiones y sugerencias de actuación  hechas a profesores y altos cargos de universidades, a políticos, a consejeros, a dirigentes de organizaciones profesionales, a sindicalistas, a consultores, a prohombres de la cultura y el periodismo… incluso a un obispo. Dada su responsabilidad, pensaba yo, todos ellos deberían ser sensibles a ellas.
-      En cuanto al libro, son muchos los lectores que han manifestado un entusiasmo desbordante: “del máximo nivel intelectual”, “valiente”, “rompedor”, “necesario”, “verdadero cambio de paradigma”. No pocos de ellos lo han aplicado con indiscutible éxito en sus entornos. Pero el libro no es ni será un “best seller”, el número de lectores es limitado.
-      En cuanto a los Pensamientos, no tengo muchos datos, pero intuyo que, para la inmensa mayoría de lectores, mis ideas y yo no pasamos de ser algo pintoresco que les llega sin haberlo pedido, que según ellos se sitúa en un mundo diferente del real en que habitan, y cuyo interés no va más allá de una muy relativa curiosidad intelectual. Hay, es cierto, excepciones que manifiestan un interés positivo, pero son excepciones.
-      En cuanto a los universitarios, consejeros, políticos, etc. a los que he presentado propuestas específicas de actuación, casi todos ellos -con la excepción del obispo y de los sindicalistas, que viven en sendos universos paralelos, y de los profesionales de la comunicación, que (¿paradoja o hábito?) ni siquiera hicieron acuse de recibo- las han considerado “muy innovadoras”, “de gran calado”, y “necesarias”. Pero nadie ha tenido interés por ir más lejos, pasar a la acción y ponerlas en práctica. Y lo que es peor, no he recibido ni un solo argumento razonado en contra, ni una protesta seria ante las verdades incómodas y las propuestas heterodoxas que planteo, ni una condena por las evidentes herejías que defiendo: en otros tiempos por lo menos se quemaba a los herejes. Sólo el silencio, la ignorancia y en algunos casos un discreto y educado desprecio.
Espero con toda mi alma que tu balance de estos tres últimos años haya sido más positivo que el mío.

En el próximo Pensamiento sigo y concluyo.

lunes, 13 de junio de 2016

Pensamiento 57. A propósito de un excelente estudio sobre la productividad, 4. Algo más de luz sobre la cara oculta.

En este Pensamiento trataré de responder a dos (tres) preguntas que sin duda te has planteado al leer el anterior.
-      Primera pregunta: ¿De qué depende que las personas se sitúen en uno u otro nivel en los cinco puntos (compromiso, enfoque del trabajo…) que son la esencia del capital humano?
Respuesta: En este punto funciona de manera radical el principio de Pareto: en un porcentaje muy pequeño el nivel puede depender de las actitudes de los empleados, pero la causa principal radica en lo que hagan los directivos en cuatro puntos bien precisos: el proyecto de empresa, el modelo organizativo, su propio liderazgo, y el sistema de comunicación. Como sin duda recuerdas, los expliqué en los Mandamientos 3º, 4º, 5º y 6º. Si los directivos actúan de acuerdo con ellos -y sólo entonces-, los empleados trabajarán en el nivel más alto del que son capaces en los cinco ámbitos señalados en el Pensamiento precedente.
o   Cuestión diferente es si esos empleados son capaces de trabajar en el nivel requerido para llevar la productividad hasta la altura deseada o necesaria. Comportándose de acuerdo con los Mandamientos, los directivos pueden lograr que los empleados trabajen en el rango superior de sus capacidades, pero no pueden aumentarlas significativamente.
o   Siendo eso cierto, a día de hoy y en España, el comportamiento de los directivos en los cuatro puntos señalados son el factor más decisivo para la productividad, muy por encima del incremento de la formación. Como señala el informe del señor Atkinson, en torno a un 27 % de la población española (otros estudios indican que más del 40 %) está sobrecapacitada  para su trabajo y sólo un 3 % infracapacitada. Eso muestra que la clave de nuestra productividad pasa, más que por aumentar las capacidades, por aprovechar las ya existentes. Y ése es el trabajo de los directivos.
o   Y como es costumbre en nuestro país, el pensamiento oficial desvía el foco de lo principal, el comportamiento de los directivos, para ponerlo en la formación. ¿La razón? Cambiar el comportamiento directivo es muy exigente personalmente, mientras que la formación sólo requiere dinero, que además puede ser público.
-      Segunda pregunta: ¿Y de qué depende el comportamiento de los directivos? ¿Es necesaria la presión de la competencia y ver a la empresa en peligro para que aprovechen la capacidad humana que tienen a su disposición?
Respuesta: muchas veces sí, pero no siempre ni por azar. Si los directivos actúan correctamente es o por iniciativa propia, o por presión interna de la empresa, o por presión externa.
o   La iniciativa propia se produce cuando los directivos promueven la mejora de la productividad desde su propio deseo de logro y de superación, antes de que el entorno lo exija. Es decir, cuando son virtuosos en el ámbito de los pecados (en realidad virtudes) 3º, 4º, 5º y 7º. Entonces la productividad de la empresa aumenta sin necesidad de presiones internas ni de amenazas externas.
o   La presión interna puede provenir de los empleados y de los accionistas, pero lo más frecuente es que sean éstos últimos los que la ejerzan, como he explicado en los Pensamientos 24, 27, y 51. Una alta exigencia a los directivos es la mejor aportación de valor a la empresa que pueden hacer los accionistas: es más valiosa que el dinero que le suministran. Cuando el capital es suficientemente exigente y exige de forma inteligente, la productividad de la empresa aumenta sin necesidad de amenazas externas.
o   La presión externa es la de la competencia y la consiguiente amenaza de abandono por parte de los clientes. Fuerza a las empresas a ser productivas cuando ni el deseo de logro de los directivos ni la presión del capital son suficientes.
De lo cual se deduce la gran importancia de los accionistas para que las empresas aumenten su productividad. Es algo que no contempla el informe del señor Atkinson y que suele ignorar la “intelligentzia” empresarial, que sólo se fija en el dinero. Los accionistas y consejos de administración, con gran frecuencia, exigen por debajo de lo que debieran, lo hacen de manera inadecuada, y son complacientes con la mediocridad de sus directivos. Ello es debido en buena parte a que carecen de la información, del conocimiento y de las herramientas apropiadas para ejercer la exigencia que les corresponde, que, no lo olvidemos, es su principal responsabilidad.

Pregunta /colofón: ¿Tan difícil es entender este Pensamiento y el anterior? ¿El problema no será, más que de comprensión, de rechazo provocado por los pecados capitales 1º, 4º, 5º y 7º?

miércoles, 8 de junio de 2016

Pensamiento 56. A propósito de un excelente estudio sobre la productividad, 3. El capital humano: luz sobre la cara oculta.
Al capital humano le sucede lo mismo que al financiero, que sólo contribuye a la creación de riqueza cuando deja de estar en una cuenta corriente y se convierte en inversión o en circulante.
1.   En el capital humano hay que distinguir dos estados.
a.   En primer lugar están los conocimientos y las cualidades que los trabajadores poseen y ponen a disposición de la empresa. Los conocimientos adquiridos en la escolarización a los que el señor Atkinson reduce el capital humano son una parte pequeña del mismo: la trayectoria vital y profesional de cada persona, que empieza en el momento de su nacimiento, así como las cualidades vinculadas a ella, es más importante.
El capital humano en este primer estado no produce riqueza, es como el dinero en la cuenta corriente. Los conocimientos y cualidades están ahí, pero todavía no actúan ni está claro cómo lo harán.
b.   El segundo es el estado de operatividad. La riqueza se produce cuando -y en la medida en que- esos conocimientos y cualidades se activan y se hacen operativos en el trabajo. No de un modo cualquiera o de manera imprecisa, sino en cinco ámbitos perfectamente descriptibles de la realidad laboral: el compromiso, el enfoque y estructuración del trabajo, la conexión con otras personas, la toma de decisiones, y la generación de conocimiento e innovación. Son las cinco vías a través de las cuales las cualidades y conocimientos de las personas se convierten en valor real para la empresa. Sólo cuando alcanzan este estado es apropiado hablar de capital humano.
2.   En estos cinco ámbitos las personas pueden trabajar en diferentes niveles. Cuando lo hacen en niveles altos -gran compromiso, trabajo entendido como desafío personal, liderazgo social, toma de decisiones arriesgadas, innovación y creación de conocimiento-, la empresa dispone de un elevado capital humano y podrá crear mucha riqueza. Cuando trabajan en niveles bajos -nulo compromiso, pasividad ente el trabajo, escasa o nula relación social, evitación de las decisiones, aversión a lo nuevo-, el capital humano de la empresa es escaso, por muchos títulos académicos que posean las personas. Y volviendo al señor Atkinson, sólo quienes trabajan en niveles altos en esos cinco ámbitos pueden incrementar la productividad tal como él la entiende, porque sólo entonces pueden hacer un uso óptimo de las mejores herramientas, sean TIC u otras. Y lo hacen por la vía del numerador, no de la reducción de costes.
3.   Se arguye con frecuencia que este concepto de capital humano es complicado y difícil de medir: ¿qué métricas fiables utilizar para el compromiso, el enfoque del trabajo, la relación social, la toma de decisiones o la generación de conocimiento? Por eso, dicen, es preferible reducirlo a los conocimientos adquiridos en la escolarización.
Este argumento que conduce a desnaturalizar el capital humano reduciéndolo a lo que es fácil de medir desde métricas simplonas, sólo puede provenir de perezosos mentales y de quienes sufren de la hemiplejia mental aludida al inicio del Pensamiento anterior. Porque es perfectamente posible medir de manera fiable el nivel en que trabaja cada persona en cada uno de los cinco ámbitos que configuran el capital humano: lo he descrito con detalle en La creación de riqueza en la empresa española, capítulos 12, 13, 14 y 15, y me temo que, si lo repitiera aquí, más de uno se aburriría.
4.   Conclusión: el capital humano es, por lo menos, tan importante como las TIC para la productividad: sin él, éstas no logran nada, se quedan en puro coste.

En el pensamiento próximo responderé a la importante pregunta que sin duda tienes en la cabeza.

sábado, 4 de junio de 2016

Pensamiento 55. A propósito de un excelente estudio sobre la productividad, 2. Las sombras.
Más que de sombras, cabría hablar de una verdadera “cara oculta” de la realidad, que el brillante informe del señor Atkinson ignora. Me refiero a su ceguera a propósito del “factor humano”. Ceguera que no es privativa del autor: los economistas en general -y no sólo ellos- dan pruebas de una verdadera hemiplejia mental a la hora de entender la economía: ignoran con ahínco que ésta es una realidad humana en la que el hombre es más importante que el dinero, o que las tecnologías, o que los “negocios”.
1.   De entrada, resulta extraño que un brillante analista como el señor Atkinson (pero cuidado, no sólo él), a la hora de explicar las causas de la productividad, ignore al “capital humano”, hoy el más importante -y el más caro-, y se centre obsesivamente en las TIC. A este respecto, dos “pequeños detalles” de validez universal expuestos con cifras españolas:
a.   En España, formar al capital humano -en el sentido en que lo entiende el señor Atkinson, ver  punto 2 más abajo- hoy disponible para trabajar (cerca de 23 millones de personas) ha costado a nuestro sistema de educación, a lo largo de los años de su escolarización (coste acumulado), más de 2’4 billones de euros, muy por encima del doble de nuestro PIB. Una bagatela.
b.   A pagar a los que trabajan (18 millones según la última EPA), se dedican cada año unos 440.000 millones de euros. Otra bagatela.
Extraña que algo de tal relevancia económica apenas se tenga en cuenta cuando se piensa en la productividad.
2.   El señor Atkinson asume que el “capital humano” es el “nivel de educación de la población”, y su medida, “los años de escolarización”, con el único argumento de que “así lo entienden los economistas”. Algo de tanto peso y tal coste bien merece una mayor finura y profundidad en el análisis.

3.   El autor observa acertadamente que las regulaciones proteccionistas llevan a las organizaciones o colectivos protegidos a olvidarse de la productividad. En cambio, los que se enfrentan a la  libre competencia  espabilan y son más productivos. Pero no se pregunta cómo ni por qué sucede tal cosa. Y aquí es donde interviene el capital humano que él ignora. Le dedicaré los dos próximos Pensamientos.