jueves, 5 de mayo de 2016

Pensamiento 50. Sobre consejeros y directivos, 20. Cuarto pecado capital: La pereza intelectual y el conformismo respecto al statu quo.
Es frecuente definir al directivo como “un hombre de acción”. (O mujer, que no quiero herir susceptibilidades ni enfrentarme innecesariamente al rebaño de los políticamente correctos). Hasta tal punto que a muchos no les queda tiempo para lo más importante, para pensar. Ni para aprender.
Un directivo debe ver más, más lejos y antes que los demás si quiere cumplir con su misión de dirigir. Tanto en el ámbito de la operatividad como en el de la gestión de la pequeña sociedad sobre la que tiene responsabilidad.
Eso supone cuestionar permanentemente las aparentes evidencias, los modos de proceder, las referencias habituales…
La pereza intelectual consiste en asumir acríticamente los estereotipos, los tópicos, las evidencias fáciles, las ideas comúnmente aceptadas…, por la razón de que todos piensan o actúan así. Eso lleva a repetir clichés de comportamiento, a la confusión de causas y efectos, a no buscar soluciones o vías originales, a no salirse de las sendas trilladas, al conformismo respecto al statu quo, a cerrarse al aprendizaje… todo lo cual es contrario a la esencia de la empresa, al proyecto orientado al valor, y a la creación de riqueza.
Son muchas las calamidades originadas por la pereza intelectual y el conformismo. De entre las numerosas que se producen retomaré sólo tres recogidas ya en pensamientos anteriores:
-      La convicción de que la recuperación de la competitividad y de la productividad se produce por la vía del denominador, reduciendo costes y especialmente los “de personal”. La pereza intelectual subyacente a esta idea ha conducido a la miseria a muchas familias, a la mediocridad (aunque a veces parezca “áurea”) a las empresas, y al empobrecimiento del país.
-      El desconocimiento de qué es el valor aportado por los trabajadores y de cómo medirlo para gestionarlo. La pereza intelectual que permite e incluso justifica esta ignorancia conduce al  inmenso despilfarro económico y humano ya visto en anteriores pensamientos.
-      El rechazo a pagar a cada persona en función del valor que aporta realmente a la empresa con la excusa de los problemas que eso crearía.
Estas tres convicciones, especialmente las dos últimas, parecen inexpugnables. Todos los directivos que conozco, y todos es todos, reconocen que son problemas que “habría que abordar”, pero ninguno osa ponerse a ello: la pereza intelectual y la comodidad asociada son más fuertes que su sentido de la responsabilidad. Y las recetas que se ofrecen desde RRHH, incluidas las supuestamente más avanzadas, no son sino parches que eluden la esencia del problema.

La virtud contraria a este pecado, lo que marca la excelencia, es la diligencia intelectual, la gallardía de criticar o al menos cuestionar el pensamiento dominante, la osadía de ir más allá de las aparentes evidencias y de las referencias habituales, de tener criterio propio, de dar prioridad al razonamiento frente al estereotipo, de no quedarse satisfecho con repetir los términos de la moda del momento sin profundizar en su sentido…

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