jueves, 12 de mayo de 2016


Pensamiento 51. Sobre consejeros y directivos, 21. Quinto pecado capital: La instalación en la empresa.

Es habitual que, cuando un empleado, sea o no directivo pero especialmente si lo es, se incorpora a una empresa, confronte la realidad que encuentra en ella con sus propias capacidades, conocimientos y aspiraciones.  Con la información obtenida, se esfuerza por mejorar lo que encuentra, marcar su impronta, y ser reconocido como “alguien”, aportando para ello lo mejor de que es capaz. Hace de la mejora o transformación de la parte de la empresa sobre la que es responsable, su propio desafío personal. Entonces sus aspiraciones, conocimientos, energía y capacidades se convierten en el dinamismo con el que la empresa creará riqueza y obtendrá beneficios.
Cuando el tiempo pasa, es frecuente que se produzca una tendencia al equilibrio semejante al de la segunda ley de la termodinámica. El directivo se acostumbra a su entorno, él mismo pasa a formar parte del paisaje, conoce las miserias de la empresa y es posible que forme parte de ellas… Entonces troca el desafío por la rutina, sus aspiraciones por la comodidad, en lugar de identificarse con la empresa identifica a la empresa con él, hace coincidir los objetivos de ésta con sus propios intereses, y acaba construyéndose un puesto a la medida de su comodidad y planteándose desafíos de opereta. Es decir, se convierte en un directivo instalado en la empresa y deja de ser una fuente de dinamismo para ella. Deviene mediocre y conduce a la empresa a la mediocridad.
No es fácil que los directivos reconozcan haber llegado a este estado, tanto más cuanto que tienen la posibilidad de disfrazar la nueva realidad con términos grandilocuentes como fidelidad a la empresa, conocimiento de lo que debe hacerse, seguimiento de los procedimientos establecidos, experiencia, evitación de riesgos, ortodoxia y bien hacer…
Son muchos los síntomas de que probablemente se está produciendo esta acomodación: cuando los directivos llevan mucho tiempo en el mismo puesto; cuando la empresa no crece; cuando no innova sino que se conforma con la mejora; cuando no entra en mercados desconocidos; cuando, a las propuestas novedosas que surgen dentro de la empresa o vienen de fuera, por ejemplo de consultores, la respuesta habitual es que “no es el momento”…
Esta tendencia “natural” a la acomodación se produce cuando los accionistas y los consejeros no son suficientemente exigentes. Una alta exigencia a los directivos es la mejor aportación de valor que pueden hacer los accionistas, pero la observación de la realidad muestra que la mayoría de ellos son extraordinariamente complacientes con la instalación de sus directivos en la mediocridad.

La virtud contraria a este pecado, lo que marca la excelencia, es la inquietud profesional, la búsqueda de desafíos realmente nuevos lindantes con lo utópico, el sentirse insatisfecho con lo establecido, el ser incómodo para los jefes conservadores… o el abandonar la empresa cuando ésta deja de plantearse retos a su altura y cuando su proyecto no se orienta al valor sino que se centra en el beneficio.

No hay comentarios:

Publicar un comentario