Pensamiento 48 Sobre consejeros y directivos, 18.
Segundo pecado capital: El posicionamiento del lado del accionariado.
Al inicio de la
revolución industrial, cuando se empezó a fraguar el modelo de empresa que ha
derivado en el que conocemos hoy, el interés dominante era el del empresario y
su beneficio, que pronto se extendió al de los capitalistas que le acompañaban
en su aventura. Después tomaron fuerza los intereses de los trabajadores, que
se fueron autoafirmando como antagónicos a los del grupo formado por empresario
y accionistas. La confrontación entre ambos dio lugar a multitud de conflictos
y enfrentamientos a veces violentos.
Durante mucho
tiempo -y todavía- se ha identificado los intereses de la empresa con los de
los accionistas y eso ha marcado las mentalidades. Se considera natural que los
directivos estén “del lado del capital” y defiendan ante todo sus intereses. Tanto
más cuanto que los consejeros y directivos son nombrados -y destituidos- por el
consejo, que es considerado una “emanación” (nótese el uso de la metáfora a
falta de un concepto sólido) de la “sociedad de capital”.
Pero ni el consejo
es “emanación” del capital, ni los intereses de la empresa coinciden miméticamente con los de los
accionistas, ni los directivos tienen que estar del lado de nadie.
La empresa es un
ser vivo que interacciona con sus entornos y, en contextos de libertad y
competencia, debe crear valor de forma equilibrada para los clientes, los empleados,
la sociedad y los accionistas. A los consejeros y directivos les corresponde
lograr el equilibrio entre los intereses, en ocasiones contrapuestos, de estos
cuatro entornos. Por ello no pueden identificarse con ninguno, sino que deben
ser independientes de todos ellos -también del accionariado- para conseguir que
todos satisfagan sus intereses. Si se identifican con uno de ellos por encima
de los otros, serán fagocitados por él.
El equilibrio y la
independencia de criterio son la virtud contraria a este pecado capital y en ellos
consiste la excelencia de los directivos. Es una virtud exigente, que requiere
fuerte personalidad para no identificarse con el poderoso y sus intereses. Y,
en el actual estado del derecho, mantener honestamente su independencia puede
costarles, aunque sólo sea en casos extremos, ser despedidos. Es el precio de
su libertad, de la responsabilidad asumida, y, en el fondo, de su propia
dignidad.
Hola Javier,
ResponderEliminarConsidero que es correcto lo que comentas, pero me falta algo para que sea completo y es lo siguiente:
El directivo también tiene sus propios intereses y estos pueden ser diferentes de los de los clientes, los accionistas y los empleados.
Muchas veces los directivos, que normalmente saben más que los accionistas, toman decisiones que solo les favorecen a ellos.
Por ejemplo directivos que con los beneficios generados por la empresa deciden no remunerar al accionista con dividendos ni dar una paga de beneficios a sus empleados sino que lo dedican a ampliar el negocio en actividades poco rentables o compra de otras empresas con baja rentabilidad. Así aumentan la facturación futura e incluso los beneficios futuros (aunque menos) teniendo una empresa con el tiempo más grande en tamaño para mayor gloria de los directivos, pero a costa de destruir valor para los accionistas.